Febrero es el mes de las luces y los carnavales por antonomasia. La Candelaria y las Águedas son precedentes del Carnaval.
Los Carnavales, fiestas que siempre se han resistido, con uñas y dientes, a ser catequizadas, son, con mucho, las más reacias a ser cristianizadas a pesar de los numerosos esfuerzos que ha hecho la Iglesia para reconducirlas por el buen camino.
Y es que estamos hablando de unas fiestas ancestrales donde el caos se enseñorea sobre el orden y donde se permiten y hasta se alientan por las autoridades algunas transgresiones que tienen que ver con la came, tanto la comestible como la que atañe al desenfreno sexual, como en las Lupercales y en las Saturnalias romanas.
El nombre de "Carnaval" procede de dos palabras: "carne vali" (o también "carnem levare"), es decir, "adiós a la carne", pues, al entrar en el periodo de la Cuaresma, éste es un alimento que está vedado, que no se debe consumir a riesgo de ser señalado con el dedo por la calle y, además, cometer un pecado mortal.
Precisamente, esa dura y temida abstinencia es la que espoleaba la imaginación de los jóvenes para ejecutar toda clase de excesos en los días previos a que Doña Cuaresma reinara durante 40 días, hasta la llegada de la Semana Santa.
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El Carnaval de hoy ha perdido todo su simbolismo y su sentido catártico que tuvo durante la Edad Media, que fue, ante todo, un ritual que unía en sí aspectos de significado sincretistas relacionados con la sucesión de las estaciones sombrías y las luminosas: el Invierno y la Primavera. También reflejaba otros aspectos más esotéricos.
El Carnaval en la antigüedad se desenvolvía a dos niveles: uno sagrado y otro más vulgar y pragmático. Los ritos del sagrado se relacionaban con el Caos Primigenio, la Muerte y la Resurrección.
En el más pragmático, aunque relacionado con el anterior, participaba también el pueblo. Éste último consistía en un multitudinario ritual en el que se "personificaba" ese Caos Primigenio mediante la completa alteración de todos los órdenes de convivencia, como el social, el sexual o el moral.
La alteración del orden social se ve reflejada en la elección del "rey por un día", del "rey de los tontos" o del "rey de los locos", que en algunas culturas era después sacrificado como símbolo del restablecimiento del Orden.
También se alteraba el orden sexual, exteriorizando la fuerza renovadora de la Primavera en ciernes, y se vencía el miedo a los muertos, cuya presencia había dominado durante el Invierno.
Todo ello además servía de catarsis y, por supuesto, era aprovechado por el poder reinante para afianzar su dominio.
Finalmente, también se trastocaba el orden moral, con la subversión de todo principio discerniente entre el Bien y el Mal, lo que remite de nuevo al Caos, los mitos del Tiempo y el misterio de la Vida.
Todos los países que alcanzaron cierta sofisticación cultural y social tuvieron Carnaval, como Babilonia, Egipto, Persia, la Hélade o Roma. De las Lupercales y Saturnales, así como de los más antiguos ritos dionisíacos, poco ha quedado en el Carnaval actual, debido, sin duda, a la expansión del Cristianismo.
Del Carnaval y de sus ritos místicos, el Cristianismo "asumió" su lado sagrado para restablecer lo que debía ser, según la fe de los cristianos. No es por casualidad que la Muerte y Resurrección de Cristo se situara en esas fechas, cuando se anuncia la Primavera. En efecto, Cristo es para los cristianos la víctima que se ofrece en holocausto para vencer a la Muerte.
Por otra parte, parece razonable la oposición de la Iglesia a los desmanes y desafueros que durante las Carnestolendas (tal como se llama también al Carnaval en España) se cometían bajo el pretexto del comienzo de la Cuaresma.
Sin embargo, la Iglesia transigió, aún a regañadientes; sobre todo, presionada por el poder político, interesado, tal vez, como antaño en la licencia de costumbres y en las catarsis populares. A pesar de todo, el Carnaval fue prohibido, aunque no por mucho tiempo, allí donde y cuando se pudo.
El Carnaval continuó esencialmente como fiesta popular, aún conservando algo de su antiguo significado, cada vez más lejano y oscuro.
Todavía servía para criticar despiadadamente, con agria sorna y malévola intención a los poderes del momento, tanto como para subvertir todo lo tenido por regla.
La palabra castellana de "Carnaval" se documenta a partir de 1495 procedente de la forma italiana "carnevale" que a su vez proviene de "carnevalere" ("quitar la carne"), siendo más antigua en nuestro idioma la palabra sinónima de "carnestolendas" (documentada en 1258), derivada de una expresión religiosa propia del Domingo de Quincuagésima (es decir, el domingo de carnaval): "Domenica ante carnes tollendas"; hay quien afirma que puede significar la carne que se ha de quitar uno; de "caro" ("carne") y "tollendas" ("que se ha de quitar"), y otros prefieren pensar que significa "carnes calientes".
Otra de las teorías sobre el origen etimológico de la palabra "Carnaval" la hace derivar de "carizcs navahs", es decir, "carro naval", que representaba al barco con ruedas con el que entraba en escena el dios Baco (el Dionisios romano) dando comienzo a las Bacanales, con una procesión de carros repletos de gente con máscaras y disfrazados para la ocasión, ejecutando danzas provocativas, bebiendo vino a raudales y cantando melodías satíricas y bastante subidas de tono.
Se celebraban el 5 de marzo con motívo de la apertura del mar, es decir, el nuevo comienzo de navegación una vez superado el inviemo. Este festival, para algunos investigadores, se hacía en su origen en honor a Isis , llamado la Isidis Navigatio, y consistía en un cortejo procesional en el que intervenían personas disfrazadas que recorrían las calles de la ciudad hasta el puerto, acompañados de una carroza decorada y engalanada, representando un barco (el "carrus navalis"), sobre el cual se llevaba una ostentosa imagen de la diosa.
¿No recuerda esto a nuestros actuales desfiles carnavaleros con la reina del Carnaval a la cabeza? Similares festejos están documentados entre los pueblos germánicos y nórdicos, variando la divinidad: Nehemnia o Herta, diosas todas ellas de la fecundidad en cuyo honor se arrojaba, a modo de confetis, grano de cereal por las calles.
En estos días casi todo estaba permitido, incluidas las bromas de mal gusto. Posiblemente, los cambios de personalidad sean los más habituales: los esclavos eran señores, los hombres se disfrazaban de mujer, los gañanes de notarios, los niños de animales, el rudo centurión de delicada doncella, etc.
El antiguo Carnaval popular en Madrid consistía a menudo en bromas de todo género, a cual más pesada, entre las que se podrían mencionar el bombardeo con huevos rellenos de harina o de ceniza a las mujeres que se encontraban en el recorrido o, cuando las tenían más cerca, echarles por el escote polvos picantes.
Otras bromas consistían en cruzar cuerdas por la calle para que tropezaran los despistados y, a ser posible, se quedaran sin dientes, o bien desbocar caballos con yescas encendidas... Además, muchos madrileños aprovechaban el disfraz para cometer fechorías, lo que llevó a que estas fiestas se prohibieran en numerosas ocasiones antes de que llegara al poder el rey Carlos III. Y Madrid no era ninguna excepción...
Esos ritos aún sobreviven en muchas tradiciones españolas que lo acompañaban hace milenios, sin que los que lo celebran sepan ya qué representan o cuál fue su hermética significación. Ya en la actualidad aparece en cierto modo como un vestigio anacrónico en la era de la realidad virtual, el nuevo milenio y la ingeniería genética. Perdido todo su simbolismo, se ha convertido en una fiesta más. En la celebración actual de esta fiesta poco queda de la subversión anárquica, del malévolo ingenio, de las actitudes licenciosas, de la verbena popular; sólo queda la sofisticación de los desfiles de carrozas, bellas máscaras y una cierta catarsis.
2 comentarios:
HOLA DE P@SO COLABORANDO
Ok... se agradece...
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